miércoles, 21 de diciembre de 2011

Escape.

Hoooolis :) Acá estoy otra vez. Les dejo el cuento que estuve escribiendo...





Escape.

 Verdes eran sus ojos, verdes como el mar de verano. Y justamente, como el mar que sólo vio una vez.
 Bruno era un joven vivaz, y lleno de sueños. Su infancia había sido triste, y sus padres no estuvieron para acompañarlo nunca. Ellos fallecieron al poco tiempo de su nacimiento, y quien lo crío fue una de sus tías lejanas.
 Era una mujer vieja, no muy culta. A decir verdad, había hecho tres años de educación primaria. Y luego se dedicó a ayudar a su madre en las tareas de su hogar, en un campito alejado de todo signo de evolución: gente con estudios universitarios, con conocimiento de tecnología de la época, de fábricas… Simplemente de cosas que hubieran beneficiado su forma de vida.
 Bruno terminó la secundaria a los 17 años, y  dos meses después de ello, su tía falleció de un ataque cardiovascular.
 Ahora estaba solo en el mundo. De todos modos, tenía donde vivir. Y eso le daba fuerzas para seguir. 
 Consiguió un trabajo en una estación de servicios. Trabajó allí el resto de su vida, y su economía mejoró notablemente.
 Una noche de verano, sentado en el patio de su casa, y aprovechando el fresco que corría allí comenzó a sentir dolor de cabeza, pero un dolor que nunca había sentido. Era imposible describirlo.
 Pasó la noche en vela, con fiebre, y dolor muscular. Por la mañana se dirigió al hospital. Pero para su desgracia, ningún médico pudo detecta nada. Quizás estaría incubando gripe. Aunque no había un pronóstico fijo.
 Continuó sus días sin más preocupaciones, pero a las pocas semanas comenzó con síntomas como inapetencia, fatiga, fiebre nuevamente, dolores musculares, tos.
 Al cabo de un mes con estos problemas volvió a consultar con un médico. Le pidieron análisis de sangre.
 Pasadas tres largas semanas le diagnosticaron cáncer. 
 Su vida, sus sueños, sus ganas de vivir, de casarse, se formar una familia se derrumbaron en un instante.
 Le dijeron que se tranquilice, que no llorara… Bruno no dijo nada, se despidió con un seco ‘adiós’ y salió del hospital a paso lento.
 Llegó a su hogar. Ordenó sus cosas. Tomó algo de dinero, y se dirigió a la estación de servicios en la que era empleado desde hace años, allí renunció.
 Tomó un taxi hasta la terminal de autobuses, y subió al primero con destino al partido de la costa.  Finalmente, al llegar, caminó hasta la playa. Se sacó los zapatos, y dejó lo que llevaba en los bolsillos a las orillas del mar.
 De a poco, y llorando, fue sumergiéndose en el agua salada del mar que veía por primera vez en toda su vida, y que iba a ser lo único que lo acompañaría para siempre. No como sus padres, o su tía, que murieron, y huyeron de él como por arte de magia.
 Ahora, escapaba él también. Escapaba al encuentro de quienes lo dejaron solo y lo esperaban en otro lugar, para estar juntos por siempre.                 
                                                                                                           Victoria.

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